Publicado en El Heraldo Cubano.
La subsecretaria del Departamento de
Estado para Latinoamérica, Roberta Jacobson, durante su visita a Cuba
para las conversaciones sobre el restablecimiento de relaciones
diplomáticas, ofreció una conferencia de prensa en la que enfatizó:
“Mi país está cambiando la táctica o la forma de implementar su política hacia Cuba, pero no ha abandonado sus fines”.Traducida
al español esta idea quiere decir que Estados Unidos mantendrá sus
objetivos de destruir a la Revolución cubana, empleando caminos
diferentes a los que en más de medio siglo no le dieron resultados.
Si esa será la nueva tónica de las
relaciones esperemos un panorama casi idéntico al que ya ejecutaron y
que tuvo un fracaso total. Evidentemente no aprenden las lecciones.
En ese camino y como si desafiaran a
Cuba, solo 5 días después que el presidente Barack Obama anunció el
paquete de medidas aprobadas para la normalización de relaciones con la
isla, el propio Departamento de Estado informó la aprobación de 11
millones de dólares para financiar proyectos que promuevan los derechos
civiles, políticos y laborales en Cuba.
¿Es así como se construyen relaciones de confianza entre dos países?
El rumbo continuará errado, algo que al
parecer no acaban de interiorizar los que diseñan la política exterior
de Estados Unidos, pues no se puede estar bien con dios y con el diablo a
la vez.
La Casa Blanca, el Consejo de Seguridad y
el Directorado de Inteligencias comprendieron que es imposible
continuar en una posición que le trajo más problemas que éxitos, por la
que son condenados anualmente en la Asamblea General de la ONU, debido a
su criminal bloqueo económico contra Cuba, incluidos sus principales
aliados de la OTAN. En Latinoamérica tienen el desprecio de todos los
pueblos y gobiernos.
Sin embargo, se sienten atados a la mafia
terrorista anticubana que no acepta un reconocimiento del fracaso e
insisten en darse golpes contra una pared de hormigón armado que no ha
sufrido la menor fractura en 56 años.
Los propios diplomáticos estadounidenses
acreditados en La Habana reconocen que la contrarrevolución, bajo la
etiqueta made in USA de “sociedad civil disidente”, no es más que una
minúscula masa de personas interesadas en obtener dinero fácil, sin
respaldo popular, capacidad de liderazgo y ausentes de la menor
posibilidad de dirigir el país.
Si de derechos humanos se trata, Estados Unidos tiene el número uno en la lista de violadores.
Ha invadido sin justificación real a
países lejanos a su frontera, asesinando a miles de civiles en los
bombardeos a ciudades, encarcelado sin derecho a juicio a centenares de
personas, emplea métodos crueles de tortura al estilo medieval,
reconocido públicamente en más de 500 páginas de un reciente informe de
la CIA y por el Comité contra la Tortura de la ONU.
Alimenta por la fuerza a los detenidos
que se niegan a comer, asesina y persigue a personas de raza negra en su
propio país, por solo tener un color diferente al de los anglosajones,
sin llevar a los tribunales a los policías blancos responsables.
Asesina a inmigrantes latinos que
intentan cruzar la frontera en busca de trabajo y construyó un muro de
cientos de kilómetros a lo largo de su frontera con México, mucho más
alto y con más muertos que el cacareado Muro de Berlín.
Ejecuta experimentos con seres humanos para probar su resistencia a enfermedades contagiosas, como reconocieron en el caso de la gonorrea infestada intencionalmente en Guatemala.
Apoyan gobiernos dictatoriales impuestos
mediante golpes de Estado, como el caso de Honduras, en el cual su
presidente Manuel Zelaya, fue secuestrado y trasladado fuera del país,
sin que dicha acción fuese condenada por la Casa Blanca.
Otro tanto sucedió con el golpe de Estado que financiaron y ejecutaron contra el presidente Hugo Chávez en Venezuela.
Mantienen libremente en su territorio a
terroristas internacionales, entre ellos Luis Posada Carriles, autor de
la voladura en pleno vuelo de un avión civil cubano, que cercenó la vida
de 73 personas inocentes.
La lista de violaciones es larga y
conocida en el mundo, que incluye además la intercepción ilegal de las
comunicaciones privadas de millones de personas del mundo, incluso de
mandatarios extranjeros, además de reclutar y financiar a cientos de
periodistas para trasladar informaciones falsas y tergiversadas, acorde a
sus intereses hegemónicos.
Si esa será la nueva táctica que sueñan
en aplicarle a Cuba, tendrán 56 años más de fracaso, hasta que surja una
nueva clase de funcionarios que se decida a reconocerlo y aceptar las
diferencias entre dos países vecinos, los que pueden vivir en armonía si
se respetan mutuamente, bajo el principio enarbolado por Benito Juárez
de que “el respeto al derecho ajeno es la paz”.
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