Rubén Abelenda. Periodista y diplomático de Nuestra América
A pesar de 23 Resoluciones de la Asamblea General de la ONU que lo
condenan y el rechazo unánime de la comunidad internacional, el bloqueo
de Estados Unidos contra Cuba sigue siendo hasta hoy la guerra
económica, comercial y financiera más prolongada impuesta a un país.
El cerco de Washington al pueblo cubano se mantiene intacto, pese a los
acercamiento entre la actual administración norteamericana y las
autoridades de La Habana, que decidieron recientemente reanudar sus
vínculos diplomáticos, y dialogar para terminar con más de medio siglo
de controversias.
El paso dado por ambos gobiernos ha sido
acogido con beneplácito por Naciones Unidas y todos los Estados que
integran esa organización mundial, sin embargo el bloqueo persiste y
sigue dañando a la mayor de las Antillas y a sus habitantes.
Los
perjuicios para Cuba de esa política agresiva de sucesivas
administraciones de la Casa Blanca, que se extiende por más de 50 años,
son multimillonarias y afectan todas las esferas de la sociedad, desde
su economía, el comercio y las operaciones financieras, hasta la salud,
educación, el deporte y la cultura, entre otras.
En su
intervención hace pocos días en la Asamblea General de la ONU, en
ocasión del 70 Aniversario de la fundación de esa institución universal,
el presidente de la nación caribeña, Raúl Castro, afirmó que el bloqueo
ha sido el mayor obstáculo para el desarrollo de su país.
Raúl
ha reiterado además que el cerco de Estados Unidos contra Cuba es el
principal escollo a superar para luego conseguir normalizar las
relaciones mutuas entre ambos vecinos muy cercanos.
Y por
supuesto que no puede existir normalidad en los nexos entre dos
gobiernos si uno de ellos, en este caso Washington, bloquea a otro, el
de La Habana, y al mismo tiempo continúa financiando acciones
subversivas para tratar de erosionar a la Revolución cubana, nacida el 1
de enero de 1959.
Tampoco se puede convivir debidamente, si el
vecino del Norte, Estados Unidos, mantiene ocupado con una base militar
parte de un territorio de la oriental provincia cubana de Guantánamo.
Esas son barreras que deben ser derrumbadas en el complejo camino que
han iniciado Estados Unidos y la mayor de las Antillas, tras restaurar
sus vínculos diplomáticos, un hecho trascendental en la historia
contemporánea, pero no por ello exento de tropiezos en lo adelante.
El respeto irrestricto por Washington a la independencia y la soberanía
de los cubanos, y su necesario esfuerzo en la mesa de dialogo de
conversar de igual a igual, son dos elementos claves para lograr sortear
las piedras que existen y serán colocadas por algunos, en el largo
sendero hacia la normalización de las relaciones entre los dos países.
La Casa Blanca conoce muy bien que Cuba no renunciará a ninguno de sus
principios, y que ni siquiera con una política de “inundación masiva”
para intentar penetrar y socavar a la Revolución podrá derrumbarla.
El próximo 27 de octubre será votada en la ONU, por vigesimocuarta
ocasión en 24 años consecutivos, otro proyecto de Resolución que censura
el bloqueo norteamericano a la nación latinoamericana, y que será
respaldado una vez más por toda la comunidad internacional.
Habrá que esperar, en esta nueva coyuntura, que postura adoptarán en
Nueva York, los gobiernos de Estados Unidos e Israel, los cuales siempre
se han quedado aislados en la sede de Naciones Unidas al oponerse a los
dictámenes contra la guerra económica, comercial y financiera impuesta a
Cuba.
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