Publicado en Rebelion.
Hace un mes los guardias, aquí en la Bahía de Guantánamo, me dieron
un mono naranja. Después de años en blanco y marrón, los colores de los
prisioneros obedientes, estoy muy orgulloso de llevar mi nueva ropa. El
color naranja es la bandera de Guantánamo. Cualquiera que sepa la verdad
sobre este lugar sabe que naranja es el único color genuino.
Mi
nombre es Moath al-Alwi. Soy prisionero de EE.UU. en Guantánamo desde
2002. Nunca me acusaron de ningún crimen y no he recibido un juicio
justo en tribunales estadounidenses. Para protestar por esta injusticia
inicié una huelga de hambre en febrero. Ahora, dos veces al día, los
militares estadounidenses me atan a una silla y me introducen un grueso
tubo por la nariz para alimentarme a la fuerza.
Cuando
decido permanecer en mi celda en un acto de protesta pacífica contra la
alimentación por la fuerza, las autoridades envían un equipo de
Extracción Forzada de la Celda: seis guardias con uniformes
antidisturbios. Esos guardias son deliberadamente brutales para
castigarme por mi protesta. Se echan sobre mi cuerpo hasta el punto de
que pienso que mi espalda está a punto de quebrar. Luego me llevan
afuera y me atan a la silla de restricción, llamada por nosotros, los
huelguistas de hambre, silla de tortura.
Un nuevo giro de
esta rutina incluye que los guardias me atan a la silla con los brazos
esposados a la espalda. Luego aprietan la correa sobre mi pecho,
atrapando mis brazos entre el torso y el respaldo de la silla. Lo hacen a
pesar de que la silla de tortura tiene sus propias restricciones para
los brazos. Es extremadamente doloroso permanecer en esa posición.
Después
de atarme a la silla, un guardia mete sus pulgares bajo mi mandíbula,
apretando los puntos de presión y asfixiándome mientras me insertan un
tubo por la nariz hasta el estómago. Ahora siempre utilizan mi orificio
nasal derecho porque el izquierdo está hinchado después de innumerables
sesiones de alimentación. Algunas veces, los enfermeros se equivocan, me
introducen el tubo en el pulmón y empiezo a asfixiarme.
El
personal médico militar estadounidense que realiza la alimentación por
la fuerza en Guantánamo básicamente nos ceba para aumentar nuestro peso,
el mío había bajado de 76 a 49 kilos antes de que comenzaran a
alimentarme por la fuerza. Incluso utilizan el estreñimiento como arma,
negándose a dar laxantes a los huelguistas de hambre a pesar de que las
soluciones alimenticias inevitablemente causan una considerable
distensión abdominal.
Si un prisionero vomita después de
ese suplicio, los guardias lo devuelven de inmediato a la silla de
restricción para otra alimentación por la fuerza. He visto cómo infligen
esta tortura hasta tres veces seguidas al mismo sujeto.
El
personal médico militar incluso ha dejado de suministrar medicamentos
vitales a los prisioneros como presión adicional para romper la huelga
de hambre.
Esos médicos y enfermeros militares nos dicen
que simplemente obedecen las nes del coronel a cargo de las operaciones
de detención, como si ese oficial fuera un doctor o como si los doctores
tuvieran que seguir sus órdenes en lugar de su ética médica o la ley.
Pero
tienen que saber que lo que hacen está mal, de otra manera no se
sacarían las placas con sus seudónimos o números. No quieren ser
identificados de ninguna manera por temor a que algún día sus colegas, o
el mundo, les exijan responsabilidades.
Paso el resto de
mi tiempo en una celda de confinación solitaria, cerrada durante 22
horas. Las autoridades nos han privado de los elementos más básicos. Ni
cepillos de dientes, pasta de dientes, toallas, jabón, frazadas se
permiten en nuestras celdas. Si queremos ir a la ducha los guardias se
niegan. Golpean nuestras puertas de noche, privándonos del sueño.
También
han instituido una humillante política de cacheo genital. Pregunté a un
guardia el motivo. Respondió: “Para que no vayáis a vuestras reuniones y
entrevistas con vuestros abogados y les deis información que se pueda
utilizar contra nosotros”.
Los pesos de los prisioneros
son tan bajos como alto es su espíritu. Cada hombre que conozco aquí
está determinado a continuar la huelga de hambre hasta que el gobierno
de EE.UU. comience a liberar prisioneros.
Es posible que
estando afuera tengáis dificultades para comprender todo esto. Mi
familia ciertamente no lo comprende. Si tengo suerte, me permiten cuatro
llamados a casa cada año. Mi madre pasó la mayor parte de mi último
llamado implorándome que detenga mi huelga de hambre. Solo le pude decir
como respuesta: “Madre, no me queda otra alternativa”. Es la única
manera que me queda de gritar por la vida, la libertad y la dignidad.
Moath
al-Alwi es un ciudadano yemení preso de EE.UU. desde 2002. Fue uno de
los primeros prisioneros de Guantánamo, donde los militares le dieron el
Número de Serie de Reclusión 028.
Este artículo fue traducido del árabe al inglés por su abogado, Ramzi Kassem.
Nota del webmaster: este es el mundo que desean imponer a los paises libres y con verdaderos derechos humanos, esto es lo que esperan aquellos que claudican a sus cantos de sirenas. No les basta que se les diga en todo momento lo genocida que son sus gobiernos en el afán de sentirse seguros, muchos nos preguntamos que seguridad brindan ellos al llevar la guerra a paises, matar los niños y ancianos de esas naciones, podemos decir hasta cuando.
Este ha sido el testimonio de uno de los prisioneros que se encuentra en la ILEGAL base en nuestro país. Pobres de aquellos que aún apoyan a estos asesinos.
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