En la reciente producción cinematográfica del director estadounidense
Steven Soderbergh “Guerrilla” la ejecución a quemarropa del Che es
trabajada con la habilidad de la cámara subjetiva cuando se abre con
ímpetu resuelto la desvencijada puerta de aquel tugurio de adobe de La
Higuera y un aura casi imperceptible de partículas de tierra seca se
filtran en su interior, aquella señal tenía un presagio insólito a
traición y pavura. Surge al ras del dintel una sombra medrosa con
aliento alcoholizado, con trémulos pasos y cara desencajada de espanto,
ingresa al recinto, lleva un fusil automático en las manos y se acerca
al prisionero que yacía maniatado percibiendo su sentencia o quizá
abstraído en sus pensamientos, vaya uno a saber tal vez dedicando sus
últimos recuerdos al pueblo cubano y a Fidel como le anunciara en
aquella carta de despedida si llegara su hora definitiva bajo otros
cielos.
Soderbergh es un director reconocido en el mundo del séptimo
arte y premiado por sus cintas Traffic y ErinBrokovich por los críticos
de Hollywood, reconocimientos que le dieron el aval para crear toda una
expectativa internacional desde el momento en que se rodó su proyecto
cinematográfico “El argentino” y “Guerrilla” que juntas tienen una
duración de cuatro 4 horas y 28 minutos. Este trabajo cinematográfico
contó con un despliegue considerable de recursos económicos y humanos en
el que muy acertadamente contó con el papel central de Benicio del Toro
galardonado en el Festival de Cannes y premio Goya 2009 al mejor actor y
protagonista. Sin embargo, estas dos cintas tienen un toque distinto y
me dio la sensación de que se empezó con un panorama amplio en la
primera parte de la película con destrezas y buen manejo del lenguaje de
la imagen con una versatilidad de planos logrando dinamismo y mayor
expectativa, horizonte que se fue disipando en “Guerrilla” como el
efecto del zoom de un gran angular a un teleobjetivo, conduciéndonos de
una manera severa a esa “Crónica de una muerte anunciada” con una escasa
fotografía dejándome con el dejo del desencanto, pensando siempre que
se podía horadar aún más sobre esos personajes circunstanciales e
históricos en torno al Che o como ese incondicional apoyo de los mineros
que pagó con sangre su lealtad en aquella masacre de la noche San Juan
al otro lado del foco guerrillero.
Expectativa que bien podía
ser lograda con un dinámico libreto para ese singular despliegue de
actores de cine de primer nivel de los cuales es ponderable el trabajo
profesional del elenco boliviano como el de Cristián Mercado que hace el
papel del guerrillero Inti, Daniel Larrazábal como el Ñato, Antonio
Peredo (sobrino) interpretando a Coco, Diego Ortiz en el rol de Willy
Cuba, Jorge Arturo Lora como el Chapaco, Ariel Muñoz interpretando al
Camba, Roberto Guilhon como Freddy Maimura, Daniel Aguirre como Aniceto y
nuestro reconocido actor Luis Bredow en el papel del campesino Honorato
Rojas.
Sin embargo es una película de un loable esfuerzo para
una buena causa porque nos invita a la reflexión y nos sitúa en los
acontecimientos de aquel aciago pasaje de la historia que aún tiene
mucho por narrar y porque se va retomando el trabajo del séptimo arte
con un sentido crítico y rompiendo esa muralla a ratos infranqueable del
mercantilismo cinematográfico, un camino cada vez más perceptible en la
línea por aproximarnos hacia esa cuestionada realidad y que
antónimamente se va dando en el seno mismo del país del norte.
También adquiere relevancia esta película porque actualiza el ideario
del Che más allá de los métodos de lucha y las vicisitudes que le toca
vivir se plantea implícitamente la necesidad de instaurar al hombre
nuevo, un ser solidario, trabajador, justo de apegado a la verdad, que
vele por el bien común, que sea capaz de reconocer los errores y las
virtudes de los otros y a la vez implacable como la espada de Damocles
al momento de la falacia y la traición, esta última miseria humana es
registrada en “Guerrilla” como una de las consecuencias que le llevó al
Che a pagar con su vida más allá de los errores de estrategia y cálculo
político ya que la traición es más lastimero y abominable cuando viene
de los propios correligionarios de lucha en cuyo accionar se movió el
Partido Comunista Boliviano a la cabeza de Mario Monje, Jorge Kolle
Cueto, Simón Reyes y toda la cúpula de aquel partido por la cobardía y
el apetito insaciable de poder y liderazgo descalificándolo al Che con
el eufemismo de ser extranjero.
Este último periplo del Che
plasmado en el celuloide sirve también para reforzar la conciencia
colectiva de los pueblos para así evitar esa frágil memoria en el que
incurre nuestro continente de vez en cuando como opinara la escritora
Isabel Allende hace poco haciendo referencia a la memoria de América
Latina y porque lo registrado en las imágenes en movimiento nos ayuda a
crear conciencia de la realidad tan desaforada como aquellas balas que
destrozan el cuerpo y desvanecen el aliento hasta el último estertor.
” ¡Póngase sereno y apunte bien va a matar a un hombre!” le dijo el Che
a su verdugo el suboficial Mario Terán, quien por un instante quedó
pasmado y suspendido al toparse con la mirada fija del Che, éste, una
vez recobrado el ánimo, resuelto oprime el gatillo de su carabina,
descargando así una ráfaga que lo destroza las piernas y la segunda le
perfora el corazón.
Este transito postrero pasó a registrarse
en la retina de la historia y captada por el lente acucioso de la
imagen. Desde entonces fueron varias las reproducciones plasmadas en el
celuloide sobre este último itinerario del Che por aquellas tierras
agrestes e indómitas del sudeste boliviano donde imperan las cactáceas,
los reptiles y el vuelo de los gallinazos circundando el firmamento.
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