Autor Salim Lamrani.
Publicado en Opera Mundi.
Desde hace cuatro años, Alan Gross está encarcelado en Cuba donde cumple una condena de 15 años de prisión por “subversión”.
Desde el 3 de diciembre de 2009, Alan Gross está encarcelado en La Habana. Era empleado de la Development Alternative, Inc (DAI), subcontratista de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID), la cual a su vez depende
del Departamento de Estado. Gross fue juzgado y condenado a 15 años de
prisión por distribuir equipos satelitales, en el marco de un programa
del Departamento de Estado de «promoción de la democracia en Cuba», cuyo
objetivo es un “cambio de régimen” en la isla.
Según Washington, Gross se encontraba en
La Habana para ayudar a los miembros de la comunidad judía cubana a “a
conectarse con otras comunidades judías del mundo”. No obstante, la misma comunidad judía de La Habana contradice la
versión oficial de Estados Unidos y de la familia Gross. Por su parte la
Agencia estadounidense Associated Press señala que los “líderes
de la comunidad judía de Cuba negaron que el contratista estadounidense
Alan Gross […] hubiera colaborado con ellos”.
Del mismo modo, la Agencia Telegráfica Judía precisa que “los
principales grupos judíos de Cuba han desmentido cualquier contacto con
Alan Gross y cualquier conocimiento de su programa”.
El reverendo Odén Marichal, secretario
del Consejo de Iglesias de Cuba (CIC), que agrupa las instituciones
religiosas cristianas así como a la comunidad judía de Cuba, también ha
ratificado esta posición: “La comunidad hebrea de Cuba, que es miembro
del Consejo de Iglesias de Cuba, nos dijo: ‘Nosotros jamás tuvimos
relación con ese señor, jamás nos trajo equipo de ninguna clase. Negaron
cualquier relación con Alan Gross’”.
Wayne S. Smith, embajador estadounidense
en Cuba entre 1979 y 1982 y director del Programa «Cuba» del Centro de
Política Internacional de Washington, señala en cambio que “Gross estaba
implicado en un programa cuyas intenciones son claramente hostiles a
Cuba ya que el objetivo es nada menos que el cambio de régimen”.
En efecto, Alan Gross violó la
legislación cubana, particularmente el Artículo 11 de la Ley 88 cubana
que estipula que “El que, para la realización de los hechos previstos en
esta Ley, directamente o mediante tercero, reciba, distribuya o
participe en la distribución de medios financieros, materiales o de otra
índole, procedentes del Gobierno de Estados Unidos de América, sus
agencias, dependencias, representantes, funcionarios o de entidades
privadas, incurre en sanción de privación de libertad de tres a ocho
años”.
Este rigor no es específico de la
legislación cubana. En efecto, la ley estadounidense prevé sanciones
similares para este tipo de delitos. La Ley de Registro de Agentes
Extranjeros (Foreign Agents Registration Act) sanciona a todo
agente no registrado por las autoridades que “en Estados Unidos
solicita, recolecta, proporciona o gasta contribuciones, préstamos,
dinero u otro objeto de valor en su propio interés”, con una pena de
cinco años de prisión y una multa de 10.000 dólares.
La legislación francesa también sanciona
este tipo de actuación. Según el Artículo 411-8 del Código Penal, “el
hecho de ejercer, por cuenta de una potencia extranjera, de una empresa u
organización extranjera o bajo control extranjero o de sus agentes, una
actividad con el objetivo de conseguir o proporcionar dispositivos,
informaciones, procedimientos, objetos, documentos, datos informatizados
o ficheros cuya explotación, divulgación o reunión tengan la naturaleza
de atentar contra los intereses fundamentales de la nación se castiga
con diez años de cárcel y 150.000 euros de multa”.
El New York Times recuerda que
Gross “fue arrestado en diciembre pasado durante un viaje a Cuba en el
marco de un programa semiclandestino de la USAID, servicio de ayuda
extranjera del Departamento de Estado destinado a socavar al Gobierno de
Cuba”. El diario neoyorquino subraya también que “las autoridades
estadounidenses han reconocido que el señor Gross entró en Cuba sin visa
en regla, y han declarado que distribuía teléfonos satelitales a
disidentes religiosos”.
Desde un punto de vista jurídico, esta
realidad ubica de hecho a los disidentes que aceptan los emolumentos
ofrecidos por Washington en una situación de agentes al servicio de una
potencia extranjera. La Agencia USAID es consciente de que su política
constituye una grave violación del Código Penal cubano. Recuerda
entonces que “nadie está obligado a aceptar o formar parte de los
programas del Gobierno de Estados Unidos”.
El caso Alan Gross constituye un
obstáculo mayor a una eventual normalización de las relaciones entre
Cuba y Estados Unidos. Parece vinculado a la suerte de los cinco
agentes cubanos condenados a severas penas de prisión en Estados Unidos
y encarcelados desde 1998. Después de una serie de atentados con bombas
contra los centros turísticos de La Habana, el Gobierno cubano envió a
los cinco agentes para que se infiltraran en los grupos terroristas
anticastristas de Florida y recogieran información sobre sus planes. El
FBI, tras recibir pruebas por parte de La Habana de la implicación de
esos grupos en actos violentos contra Cuba, en vez de neutralizarlos
procedió al arresto de los agentes cubano. Luego, la justicia de Estados
Unidos los condenó a penas que van de 15 años de prisión hasta dos
cadenas perpetuas, durante un juicio denunciado por numerosos organismos
internacionales.
Cuba ha hizo partícipe de su “inmediata disposición” a encontrar una solución humanitaria a estos dos asuntos.
Un intercambio de presos es perfectamente posible y permitiría dar un
gran paso hacia la flexibilización de las relaciones bilaterales entre
La Habana y Washington y resolver un conflicto de otro tiempo.
*Doctor en Estudios Ibéricos y
Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim
Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y
periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.
Su último libro se titula Cuba. Les médias face au défi de l’impartialité, Paris, Editions Estrella, 2013, con un prólogo de Eduardo Galeano.
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