Nunca pudo olvidar, el coronel Aureliano
Buendía, aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el
hielo. Sin duda el cambio de estado del agua –de líquido a sólido– no
podía ser sino cosa del diablo en aquella pequeña aldea que apenas
contaba veinte casas de barro y cañabrava. La literatura, como el hielo,
parece a veces poseer ese componente diabólico o mágico, capaz de mutar
en estado sólido aquello que se desvanece en el aire. Pero además, la
literatura, a diferencia del hielo, puede impedir que la palabra oral se
derrita con el paso del tiempo, fijándola por medio de la escritura. La
mayor virtud del libro Hugo Chávez. Mi primera vida (conversaciones con Ignacio Ramonet)(Debate, 2013) es que logra convertir el estado efímero de las palabras, que siempre se las lleva el viento, en estado sólido, imperecedero.
Recuerdo este pasaje de Cien años de soledad porque el 5 de
marzo se cumple un año desde que te fuiste, Comandante. A veces parece
que no te has ido, que sigues ahí, pero no es más que un espejismo. Te
fuiste, y el mejor homenaje que podemos hacerte es leerte, y las
conversaciones que mantuviste con Ignacio Ramonet en Hugo Chávez. Mi primera vida son
sin duda el mejor tributo. La cercanía de tu voz, el tono
conversacional de tu discurso, nos permite imaginar, durante el
ejercicio de lectura, que nos estás hablando a nosotros, los lectores,
que estamos conversando contigo sobre tu primera vida, que por medio de
un animado diálogo asistimos a la prehistoria del revolucionario que
restituyó la esperanza en América Latina.
Tu voz nos devuelve la Historia que te absorbió –como dices mitad en
serio, mitad en broma– durante tu primera vida, esa que empieza en
Sabaneta, en el estado de Barinas, donde te desenvolvías como vendedor
ambulante de arañas, un dulce típico de la región, al amparo y al
cuidado de tu mamá vieja, como así llamabas a tu abuela Rosa Inés. Te
escuchamos atentamente, mientras leemos, el modo en que relatas uno de
los episodios más importantes de tu vida, de los que más te marcaron,
como fue tu ingreso en la Academia Militar de Caracas, donde, a pesar de
la rumorología, no entraste con un libro del Che bajo el
brazo, aunque sí lo llevabas cuando saliste graduado. Fueron, en tus
palabras, «los cuatro años más decisivos quizás de mi vida. Ahí me hice
bolivariano (…) de allí salí con experiencia de liderazgo y con ideas ya
prerrevolucionarias».
Con Hugo Chávez. Mi primera vida asistimos
a la rememoración de la historia de tu bisabuelo Maisanta, un asesino
para la historia oficial, que sin embargo fue un valiente guerrillero
que combatió la dictadura del General Gómez, y cuyo escapulario siempre
colgaba de tu cuello. De tu mano recorremos la Historia reciente de
Venezuela, desde el Caracazo de febrero de 1989 hasta la
campaña victoriosa del Movimiento V República con fuiste investido
presidente el 2 de febrero de 1999 y con el que, en menos de dos meses,
convocaste el referendo para una Asamblea Constituyente que ganasteis
con el apoyo del 88% del electorado. Nos conviertes en espectadores
privilegiados de la fallida rebelión del 4 de febrero 1992 y aquel
proverbial «por ahora», que anunciaba el fracaso momentáneo pero no la
derrota definitiva, como un modo posponer el triunfo de la revolución
bolivariana que sin duda habría de llegar; y nos trasmites el
desasosiego y las dificultades vividas en la cárcel entre 1992 y 1994.
Te escuchamos y el relato suena auténtico, sincero. Decía Walter
Benjamin que la palabra oral, la misma que se deshace como el hielo,
está más cerca de la verdad que la palabra escrita, porque en ella
intervienen menos mediaciones. Aunque en la actualidad brota un
prejuicio posmoderno hacia la noción de testimonio verbal, que
lo desacredita al considerar que toda narración es siempre una
articulación lingüística que lo aleja de la Historia y lo acerca a la
ficción, en Mi primera vida se comprueba lo acertado de las
palabras de Benjamin. En este libro, magistralmente elaborado por
Ignacio Ramonet, no hay espacio para las máscaras ni los disfraces, y
sin disimulos ni falsas retóricas, te vemos como eres, como has sido.
Hugo Chávez. Mi primavera vida es un libro imprescindible
que, al devolvernos tu voz, Comandante, en cierta manera logra también
hacerte regresar a ti. Lástima que al terminar el libro, al cerrarlo
cuando concluye el ejercicio de lectura, no sigas viviendo fuera de él,
como vives en sus páginas. Como asimismo provoca cierta congoja que te
nos fuera antes de que unas nuevas conversaciones con Ignacio Ramonet
sirvieran para armar un segundo volumen sobre tu segunda vida, y de
este modo disponer de tu perfil completo. Los lectores extrañarán sin
duda la ausencia de un segundo tomo, porque, aunque segundas partes
nunca fueron buenas, en ocasiones pueden resultar imprescindibles. Pero,
malogrado el proyecto de redactar una segunda vida, al menos
encontrarán consuelo los lectores al conservar intacta tu tercera vida,
porque esta nadie logrará arrebatárnosla. Decía Jorge Manrique que tras
la vida terrenal y la vida celestial existía una tercera vida, que él
dio en denominar «vida de la fama», pero que nosotros preferimos llamar
«memoria». Porque, Comandante, no morirás del todo mientras vivas en
nuestra memoria, mientras haya quien custodie tu legado, tu recuerdo
imborrable y quien mantenga viva la llama revolucionaria que, junto al
pueblo venezolano, pudiste prender.
Y ahora, Comandante, permíteme que me despida recordando aquellos
versos que escribió Mario Benedetti para plañir la muerte de Ernesto Che Guevara
en Bolivia, y que hoy creo que es oportuno reproducir para ti: «donde
estés / si es que estás / si estás llegando // aprovecha por fin / a
respirar tranquilo / a llenarte de cielo los pulmones // donde estés /
si es que estás / si estás llegando / será una pena que no exista Dios
// pero habrá otros / claro que habrá otros / dignos de recibirte /
comandante». Hasta la victoria siempre.
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