Autor José Jasán Nieves Cárdenas
Ya parecen cubanos por el efecto del sol sobre la piel. A simple
vista solo los delata el inconfundible acento gringo en su hablar, por
mucho que los cubanismos más rotundos formen parte habitual de sus
diálogos.
Cerca de 250 estudiantes norteamericanos transitan por las escuelas
de medicina y el sistema sanitario de este archipiélago desde el año
2000 y construyen con su presencia una de las páginas más reveladoras de
convivencia provechosa entre ambas naciones.
Los primeros doctores surgidos de un programa soñado
entre el Caucus Negro Congresional (CNC) del Congreso norteamericano y
el expresidente Fidel Castro, y canalizado después por la organización
Pastores por la Paz (IFCO), ya están de regreso en las comunidades de su
país, mientras en las aulas caribeñas todavía se forman varias decenas y
cada año llegan nuevos alumnos.
En la interacción se han roto calados prejuicios y estereotipos. Asumirse iguales y diferentes parece la enseñanza mayor.
Cassandra
El ritmo asfixiante de la habanera calle Monte desaparece mientras se
suben las escaleras hasta la casa. En la sala se entretiene con la
abuela el despierto Atuey Fénix (cuyo nombre de aborigen rebelde los
padres inscribieron sin H, para que suene fonéticamente igual en español
e inglés) mientras la computadora reproduce añejos capítulos de la
serie Sesamo Street.
Es el paisaje hogareño de Cassandra Cusack Curbelo, una de las pocas
cubanoamericanas beneficiadas con becas gratuitas para hacerse doctora
en el país de su madre.
“Soy bastante cubana como para no ser extraterrestre aquí, pero
bastante americana como para que me vean como una loca”, dice sonriendo
mientras prepara para Atuey unas hamburguesas vegetarianas hechas de
granos molidos.
Nacida en Hialeah, pero criada en Chicago, a los 30 años Cassandra
decidió replantearse su trabajo de relaciones públicas en una
organización de activistas.
“Yo quería hacer algo sostenible. Los conocimientos de la medicina
nunca estarán fuera de moda ni se fosilizarán”, recuerda mientras evoca a
un amigo de la familia que le facilitó obtener un cupo entre las
capacidades otorgadas a los grupos de solidaridad por el Ministerio de
Relaciones Exteriores de Cuba.
Al llegar en 2008 la ubicaron como a todos los norteamericanos en la
Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) en Playa Baracoa, al oeste de
La Habana (“en casa de la yuca”, se carcajea Cassandra) y de ahí pasó a
completar materias en el más cercano hospital Salvador Allende, todavía
nombrado según la virgen catalana de sus constructores: La Covadonga.
“No me gusta la medicina elitista y en los Estados Unidos los médicos
casi todos son blancos, de familias ricas, que estudian a edades
tempranas, no suelen pasar trabajos y generalmente no te escuchan, ni te
miran, ni te tocan y te cobran 100 dólares solo por aparecer (…) A mi
me encanta la forma en que hablan los médicos de aquí. Mis profesores
han sido muy naturales y amistosos”, asegura.
“El programa no obliga a hacer nada a nadie”, responde Cassandra a la
pregunta sobre la posible exigencia de un gesto político a cambio de su
título. No sería extraordinario ni infrecuente para las costumbres de
Cuba: pedir en pago por la enseñanza gratuita un tiempo de dedicación a
una zona desfavorecida. Pero Cassandra insiste en negarlo.
“Entre nosotros hay personas que no les interesa servir a nadie.
Dicen: salgo de aquí, hago mi residencia y después “el billete”. Pero
otros, la mayoría, tenemos sueños. Yo quiero montar con amigos una
clínica en Nueva Orleáns, y otros han pensado en Detroit, e incluso
hemos pensado en poner una clínica en un tercer país pobre por la cual
pasemos en nuestras vacaciones y podamos ayudar un poco”.
Joanna
Quienes la conocieron en La Habana la recuerdan por su espíritu
inquieto y vocación de servicio. Fue una activa y reconocida estudiante
en sus años cubanos. Por tanto, no les sorprendió a sus profesores y
amigos saber que apenas consiguió entrar al difícil sistema de
especialidades médicas de su país, Joanna Mae Sauers se enlistó como
voluntaria para combatir el Ébola en África.
Al Cooper Hospital, de Monrovia, en Liberia, llegó Sauers después de
tratar de insertarse en la brigada médica cubana que trabajó allí.
“Estuve interesada en trabajar voluntaria con los doctores cubanos,
pero me dijeron que no estaban recibiendo a ningún graduado de la ELAM,
dadas las circunstancias de la epidemia. Sin dudas ha sido el ejemplo de
ellos y mi experiencia en Cuba lo que me inspiró a hacer este trabajo”,
asegura directa en nuestro intercambio de mensajes.
La idea de integrarse a una brigada cubana no era nueva para Joanna,
alumna de especialistas que viajaron a lugares tan diferentes como
Pakistán, Angola, Venezuela o Haití, y en algunos casos insertaron a
médicos nativos graduados en Cuba como parte de su “misión”. A ella,
además, la cercanía con el archipiélago caribeño le llegó desde siempre a
través de la solidaridad.
“Escuché del programa por un amigo y apliqué a las becas a través de
IFCO/Pastores por la Paz. Existen algunos requerimientos básicos para
entrar, por ejemplo, un pago por la aplicación, una entrevista y una
orientación. Primero debes ser aprobado por la organización y luego
aceptado dentro del programa por la Escuela. Lo que se busca sobre todo
son aplicantes que tengan una probada dedicación para servir a los
necesitados”.
“La mayoría de la gente que me conocía en los Estados Unidos se
sorprendieron mucho cuando supieron que me iba a estudiar a Cuba. No
sabían que fuera posible y se asombraban más cuando descubrían que el
programa es una beca completamente gratuita garantizada por el gobierno
cubano. Todos quedaban intrigados de que una oportunidad así existiera.”
Mae Sauers vivió en el campus de la ELAM casi como todos los
estudiantes extranjeros de primero a tercer año, pero luego buscó
alquiler cerca del hospital La Covadonga. Conocer a fondo la
cultura de los cubanos, y también los valores de otros amigos
provenientes de África, Sudamérica y el Caribe, fue para ella un
aprendizaje tan importante casi como el mismo entrenamiento médico.
“No había nada mejor que visitar a mis amigos en las provincias y
compartir con ellos una buena comida hogareña cubana, sobre todo ese
plato de yuca con mojo, arroz congrí, plátano frito, ensalada y puerco
asado…¡se me hace la boca agua nada más de pensar en eso!”- confiesa.
Bisagras para la normalización
Cassandra y Joanna son, como sus compatriotas graduados y por
graduar, pequeñas superficies de interacción entre dos países con un
añejo enfrentamiento ideológico. Ellas han vivido la experiencia de
convivir sin traumas y muestran que es posible sostener relaciones de
mutuo beneficio.
Por ejemplo, el cerrado sistema médico norteamericano (calificado por
muchos como endogámico y elitista) ha comenzado a aceptar a los
titulados en este país, como lo testifica Joanna, una de los más
recientes 13 estadounidenses de la ELAM que vencieron las pruebas para
cursar especialidades médicas en su país.
“Para mí no fue particularmente difícil conseguir la residencia en
Estados Unidos”, asegura Mae Sauers. “Tuve que pasar los pasos de los
exámenes USMLE, lo cual para cualquier estudiante de medicina allí
requiere conocimientos rigurosos. Hice todo lo que pude para conseguir
tanta experiencia clínica en Estados Unidos como la que pude
experimentar en Cuba. Eso supuso pasar buena parte de mis vacaciones de
verano en observaciones y rotaciones clínicas en mi país. Tuve muchos
programas de especialidades competitivas interesados en mí como
aplicante, porque la ELAM ya es reconocida por los varios graduados que
regresaron antes que yo, y aquellos que conocen sobre nosotros y sobre
el sistema médico cubano valoran mucho nuestra formación”.
Esa percepción positiva también se nota incluso en el estado de la
Florida, cree por su parte Cusack Cuberlo, quien afirma conocer de
hospitales norteños interesados en captar a doctores como ella. “Yo sé
del Baptist Hospital y el Miami Jackson”, revela.
Jugando esas cartas, la mayoría de los norteños retornan al terminar
el sexto año, de diciembre de 2014 para acá a medio camino entre
recelosos de las promesas y esperanzados con la posibilidad de contar
por fin con su propia embajada.
“Yo como americana soy muy cínica, y digo que mientras nada esté
escrito, nada está pasando y se puede hablar todo lo que se habla, pero
todo pueden ser solo palabras”, se arriesga a decir Cassandra: “Esta es
la virgen del Caribe y todos los lobos están babeándose por entrar”,
apostilla.
“Pienso que el acercamiento es útil para los dos países”, termina
Joanna. “Cuba es un ejemplo para el mundo en atención y educación médica
de alto nivel. Los Estados Unidos y buena parte del mundo tienen una
necesidad desesperada de doctores para la atención primaria. Como
graduados de este programa, nosotros podemos proveer servicios de salud
para los necesitados y compartir nuestra experiencia con el resto del
mundo.”
De la experiencia sale también un nuevo tipo de médico. Y una nueva fuente de interacción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario