26 septiembre 2013

La condena de Estados Unidos del uso de armas químicas no se aplica a Israel.

Jean Shaoul
World Socialist Web Site


Publicado en Rebelion.

El gobierno Obama planea una acción militar contra Siria con el pretexto, en absoluto corroborado, de que el gobierno del presidente Bashar al-Assad ordenó utilizar armas químicas en el ataque a un barrio de Damasco el 21 de agosto. El gobierno Obama calificó de “obscenidad moral” el uso de armas químicas, de manera que Estados Unidos tiene una “obligación moral” de castigar al país que las utiliza.





Sin embargo, esa obligación moral no se invoca contra Israel, que tiene el mayor arsenal de armas químicas, biológicas y nucleares de Oriente Próximo y es el único Estado que no ha firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear. Como señalaba el lunes pasado [9 de septiembre de 2013] la página web Foreign Policy, Estados Unidos no solo tenido conocimiento durante décadas de las armas químicas de Israel, sino que ha permanecido callado respecto a ello.

Pero Israel no solo posee el mayor arsenal de armas químicas, sino que también lo ha utilizado contra los palestinos en Cisjordania y Gaza, contra Líbano y Gaza durante los ataques militares de 2006 y durante la operación Plomo Fundido contra Gaza en 2008-2009. las pruebas contra Israel eran tan claras que después de negar inicialmente las acusaciones del gobierno libanés, Tel Aviv se vio obligado a admitir que en su guerra contra Líbano de 2006 había utilizado municiones de fósforo blanco, que provocan quemaduras químicas.

Un protocolo de la Convención sobre Armas Convencionales de 1980 prohíbe el uso de fósforo blanco como arma incendiaria contra poblaciones civiles o en ataques aéreos contra fuerzas enemigas en zonas civiles.

Nada de esto ha provocado jamás una palabra de condena por parte de Washington o de los aliados europeos de Israel y mucho menos una petición a Israel de que se libre de sus armas químicas, sanciones o una amenaza de ataque militar para defender a las víctimas del poderío militar de Israel. De hecho, Estados Unidos ha financiado a las fuerzas armadas de Israel con 3.000 millones de dólares al año y el año pasado votó aumentar su apoyo.

En otras palabras, es completamente legítimo para un aliado de Estados Unidos desarrollar, crear u utilizar armas químicas y para Washington seguir financiando la criminalidad de Israel. Esto mismo no es cierto para sus enemigos.

La Convención sobre Armas Químicas de 1993 prohíbe la fabricación, el uso y transporte de estas armas mortíferas, pero no ofrece mecanismos para hacer cumplir estas normas. Esta es una tarea que Estados Unidos, uno de los principales fabricantes, suministradores y usuarios de armas químicas desde la Guerra de Corea en 1950-53 hasta nuestros días, se ha arrogado a sí mismo como gendarme del mundo.

Mientras que 189 Estados han firmando y ratificado esta Convención, Israel la ha firmado pero no ratificado. Israel es uno de los solo siete países, junto con Burma, Angola, Corea del Norte, Egipto, Sudán del Sur y Siria, que o bien no han firmado o no han ratificado el tratado.

Israel tampoco ha firmado la Convención sobre Armas Biológicas de 1972. Su actitud respecto a ambas Convenciones es ambigua.

En 1993 la Oficina del Congreso estadounidense sobre la Evaluación Tecnológica de las Armas de Destrucción Masiva incluyó a Israel en su lista de países que tenían una capacidad de guerra química ofensiva no declarada. Cinco años después Bill Richardson, un ex viceasesor del ministerio de Defensa, afirmó: “No tengo dudas de que Israel lleva tiempo trabajando sobre cuestiones ofensivas tanto químicas como biológicas. No hay dudas de que han tenido este material desde hace años”.

Israel tiene un centro de investigación médica química y biológica, el Instituto para la Investigación Biológica de Israel (IIBR, por sus siglas en inglés) en un emplazamiento de seguridad en Ness Ziona, a 20 kilómetros al sur de Tel Aviv, y otro en Dimona, en el Negev. Se cree que el IIBR, que emplea a cientos de científicos y empleados, ha desarrollado armas químicas y biológicas, pero la censura oficial impide todo tipo de discusión acerca de sus actividades.

Tras la caída en una zona residencial de Amsterdam en 1992 de un avión de [la compañía aérea israelí] El Al que llevaba gas nervioso desde Israel a Estados Unidos el periódico holandés NRC Handelsblad descubrió unas “sólidas relaciones” entre el IIBR y centros de investigación similares en Estados Unidos, una “estrecha cooperación entre el IIBR y el programa de guerra biológica británico-estadounidense” y una “amplia colaboración en investigación sobre guerra biológica con Alemania y Holanda”.

Desde 2001, tras el estallido de la segunda Intifada, ha habido varios incidentes documentados de soldados israelíes que ha utilizado un “gas desconocido” contra palestinos, particularmente durante la campaña de seis semanas de las fuerzas militares israelíes en Gaza.

Daba la casualidad que el conocido director cinematográfico estadounidense James Longley estaba rodando en Gaza, Khan Yunis y Rafah durante la primera incursión importante israelí en la primavera de 2001. Filmó inmediatamente a las víctimas. Su premiado documental, Gaza Strip, muestra de manera muy gráfica la realidad de la guerra química: los botes [de gas], los médicos, los testigos y el espantoso sufrimiento de las víctimas, muchas de las cuales estuvieron hospitalizadas durante varios días o semanas.

Estos ataques continuaron durante varios años. En junio de 2004 el grupo pacifista israelí Gush Shalom documentó un incidente en el pueblo cisjordano de al-Zawiya donde se trató a 130 pacientes por inhalación de gas después de que el ejército israelí dispersara una protesta no violenta contra el Muro de seguridad de Israel. El grupo afirmó que no eran los gases lacrimógenos habituales y preguntaba: “Entonces, ¿se trata de una manera de dispersar una manifestación o de guerra química?”.

Como se difundió la noticia de estos nuevos gases los periodistas internacionales lo investigaron y el canal de televisión BBC hizo un reportaje especial en 2003 sobre el uso por parte de Israel de “nuevas armas no identificadas”. Informó que Israel se negaba a “decir qué era ese nuevo gas”.

Durante el ataque militar de Israel a Gaza en el verano de 2006 los médicos informaron de que decenas de víctimas tenían el cuerpo completamente quemado y heridas tipo de las de metralla que los rayos X no podían detectar.

Prolongadas investigaciones y análisis de las muestras de los metales encontrados en los cuerpos de las víctimas y el examen de las inusuales heridas llevaron a la conclusión de que la causa más probable de estas fueran misiles muy similares a los Explosivos de Metal Inerte Denso (DIME, por sus siglas en inglés) fabricados por Estados Unidos. En otras víctimas se encontraron restos de tungsteno, una sustancia extremadamente cancerígena.

Israel volvió a utilizar armas de fósforo, cuyos efectos son extremadamente dañinos, en los bombardeos aéreos de una semana contra la población civil desarmada e indefensa durante la operación Plomo Fundido en 2008-2009, el mortífero ataque a Gaza que causó entre 1.166 y 1.417 palestinos muertos y solo 13 israelíes muertos, de los cuales cuatro lo fueron por fuego amigo.

El informe de investigación de la ONU, conocido como el Informe Goldstone Report, reiteraba las conclusiones de otros muchos respetados estudios internacionales y confirmaba el uso desproporcionado de fuerza contra los palestinos por parte de Israel y las acusaciones contra Israel y Hamas de crímenes de guerra y “posibles crímenes contra la humanidad”, incluido el uso por parte de Israel de fósforo. En él se dice que las fuerzas israelíes fueron “sistemáticamente temerarias” al utilizar fósforo en zonas urbanizadas y cita el ataque israelí a las instalaciones de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos en la ciudad de Gaza y los ataques al Hospital Al Quds y al Hospital Al Wafa.

Lejos de que Israel fuera llevado ante el Tribunal Penal Internacional como resultado del informe, Goldstone y los demás autores del informe fueron objeto de una campaña internacional de acoso, intimidación y vilipendio de la investigación por parte de Israel, lo que llevó a que Goldstone hiciera una complaciente rectificación de sus conclusiones. Pero tres de sus coautores rechazaron las peticiones de retractarse de su informe o de falsear su objetivo afirmando que eso “despreciaría el derecho de las víctimas palestinas e israelíes a la verdad y la justicia”.

El desarrollo por parte de Israel de armas químicas, biológicas y nucleares, unido a sus fuerzas militares vastamente superiores fue lo que llevó Damasco a establecer su propio programa de armas químicas tras la apropiación [por parte de Israel] en 1967 de los Altos de Golan sirios, su subsiguiente anexión y ocupación, y el establecimiento de colonias israelíes habitadas por 20.000 israelíes.

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