Publicado en La pupila insomne.
La
crisis ambiental que hoy encara nuestra América hace parte, sin duda,
de la que aqueja a todo el moderno sistema mundial, anunciando su
transición a otro que será por necesidad distinto, para mejor o para
peor. En nuestra América, esa transición general adopta modalidades
específicas, que resultan de la interacción de tres procesos históricos
distintos, estrechamente vinculados entre sí.
Uno,
de muy larga duración, corresponde al legado de las modalidades de
interacción con el medio natural desarrolladas por los humanos en el
espacio americano – en particular en Mesoamérica, el Altiplano andino y
la Amazonía – a lo largo de al menos 15,000 años anteriores a la
Conquista europea de 1500 – 1550. Otro, de duración media, corresponde
al control europeo del espacio latinoamericano entre los siglos XVI y
XVIII, mediante la creación de sociedades tributarias sustentadas en
formas de organización no capitalistas – como la comuna indígena, el
mayorazgo feudal y la gran propiedad eclesiástica -, que ingresaron en
un proceso de descomposición a lo largo del período 1750 – 1850. Y el
tercero, de corta duración, corresponde al desarrollo de formas
capitalistas de relación entre los sistemas sociales y los sistemas
naturales entre 1870 – 1970, hasta ingresar desde 1980 a un proceso de
crisis aún en curso, en la que emergen viejos conflictos no resueltos,
en el marco de situaciones enteramente nuevas.
Tal es el caso de la resistencia indígena
y campesina a la incorporación a la economía de mercado del patrimonio
natural existente en las regiones interiores de nuestra América, que
hasta hace poco han tenido relaciones marginales con la economía de
mercado, y que albergan enormes reservas de recursos minerales,
forestales, hídricos, energéticos y de tierras aptas para la
agricultura. Y tal es, también, el caso de la lucha de los nuevos
habitantes urbanos – que constituyen el 80% de la población total – por
el acceso a condiciones ambientales básicas para la vida, como el agua
potable, la disposición de desechos, la energía y el aire libre de
contaminación.
Cabe
decir, atendiendo a lo anterior, que la mayor dificultad para
comprender el carácter y el alcance de la crisis ambiental que encara
nuestra América radica en el modo en que en ella operan todos los
tiempos del proceso histórico que la ha generado, como en el período de
transición que esa crisis inaugura. Aquí, en efecto, todo el pasado
actúa en todos los momentos del presente, de un modo que no puede sino
recordar lo planteado por Antonio Gramsci en cuanto a que
toda
fase histórica real deja huella de sí en las fases posteriores, que en
cierto sentido llegan a ser su mejor documento. El proceso de
desarrollo histórico es una unidad en el tiempo, por el cual el presente
contiene todo el pasado, y en el presente se realiza del pasado todo lo
que es “esencial”, sin residuo “incognoscible” que sea la verdadera
“esencia”.[1]
En
este panorama va tomando forma una cultura de la naturaleza que combina
reivindicaciones democráticas de orden general con valores y visiones
provenientes de las culturas indígenas, las afroamericanas, y las de una
intelectualidad de capas medias cada vez más vinculada al ambientalismo
global. Esa cultura, en lo más elaborado de sí, se expresa en campos
del saber como la ecología política, la economía ecológica, la historia
ambiental y la ecología moral, desde los cuales enfrenta a políticas
estatales a menudo asociadas a los intereses de organismos financieros
internacionales, y a complejos procesos de búsqueda de acuerdos sobre
problemas ambientales globales en el sistema interestatal.
Aquí, la
razón técnica que alegan las políticas estatales se enfrenta a la
legitimidad histórica y cultural de los movimientos que las confrontan,
hasta dejar en evidencia que, siendo ambiente es el resultado de las
interacciones entre la sociedad y su entorno natural a lo largo del
tiempo, si se desea un ambiente distinto es necesario crear sociedades
diferentes. Este es el desafío fundamental que nos plantea la crisis
ambiental, en América Latina como en cada una de las sociedades del
planeta.
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