10 diciembre 2014

Todo el pasado. El alcance histórico de la crisis ambiental en nuestra América.

Publicado en La pupila insomne.


Latinoamerica-550x526La crisis ambiental que hoy encara nuestra América hace parte, sin duda, de la que aqueja a todo el moderno sistema mundial, anunciando su transición a otro que será por necesidad distinto, para mejor o para peor. En nuestra América, esa transición general adopta modalidades específicas, que resultan de la interacción de tres procesos históricos distintos, estrechamente vinculados entre sí.


 
Uno, de muy larga duración, corresponde al legado de las modalidades de interacción con el medio natural desarrolladas por los humanos en el espacio americano – en particular en Mesoamérica, el Altiplano andino y la Amazonía – a lo largo de al menos 15,000 años anteriores a la Conquista europea de 1500 – 1550.  Otro, de duración media, corresponde al control europeo del espacio latinoamericano entre los siglos XVI y XVIII, mediante la creación de sociedades tributarias sustentadas en formas de organización no capitalistas – como la comuna indígena, el mayorazgo feudal y la gran propiedad eclesiástica -, que ingresaron en un proceso de descomposición a lo largo del período 1750 – 1850. Y el tercero, de corta duración, corresponde al desarrollo de formas capitalistas de relación entre los sistemas sociales y los sistemas naturales entre 1870 – 1970, hasta ingresar desde 1980 a un proceso de crisis aún en curso, en la que emergen viejos conflictos no resueltos, en el marco de situaciones enteramente nuevas.

Tal es el caso de la resistencia indígena y campesina a la incorporación a la economía de mercado del patrimonio natural existente en las regiones interiores de nuestra América, que hasta hace poco han tenido relaciones marginales con la economía de mercado, y que albergan enormes reservas de recursos minerales, forestales, hídricos, energéticos y de tierras aptas para la agricultura. Y tal es, también, el caso de la lucha de los nuevos habitantes urbanos – que constituyen el 80% de la población total – por el acceso a condiciones ambientales básicas para la vida, como el agua potable, la disposición de desechos, la energía y el aire libre de contaminación.

Cabe decir, atendiendo a lo anterior, que la mayor dificultad para comprender el carácter y el alcance de la crisis ambiental que encara nuestra América radica en el modo en que en ella operan todos los tiempos del proceso histórico que la ha generado, como en el período de transición que esa crisis inaugura. Aquí, en efecto, todo el pasado actúa en todos los momentos del presente, de un modo que no puede sino recordar lo planteado por Antonio Gramsci en cuanto a que

toda fase histórica real deja huella de sí en las fases posteriores, que en cierto sentido llegan a ser su mejor documento.  El proceso de desarrollo histórico es una unidad en el tiempo, por el cual el presente contiene todo el pasado, y en el presente se realiza del pasado todo lo que es “esencial”, sin residuo “incognoscible” que sea la verdadera “esencia”.[1] 

En este panorama va tomando forma una cultura de la naturaleza que combina reivindicaciones democráticas de orden general con valores y visiones provenientes de las culturas indígenas, las afroamericanas, y las de una intelectualidad de capas medias cada vez más vinculada al ambientalismo global. Esa cultura, en lo más elaborado de sí, se expresa en campos del saber como la ecología política, la economía ecológica, la historia ambiental y la ecología moral, desde los cuales enfrenta a políticas estatales a menudo asociadas a los intereses de organismos financieros internacionales, y a complejos procesos de búsqueda de acuerdos sobre problemas ambientales globales en el sistema interestatal. 

Aquí, la razón técnica que alegan las políticas estatales se enfrenta a la legitimidad histórica y cultural de los movimientos que las confrontan, hasta dejar en evidencia que, siendo ambiente es el resultado de las interacciones entre la sociedad y su entorno natural a lo largo del tiempo, si se desea un ambiente distinto es necesario crear sociedades diferentes. Este es el desafío fundamental que nos plantea la crisis ambiental, en América Latina como en cada una de las sociedades del planeta.

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